En el Estanque
En el Estanque
Ha Jin
Edit. Quinteto
13.0x19.0 cm
224 pags
ISBN: 9788497110365
Año 2007
6.95€ aprox.
Shao Bin estaba harto de la comunidad en la que llevaba viviendo más de seis años, la Colonia de la Posta. Su esposa, Meilan, se quejaba de que los fines de semana tenía que recorrer a pie tres kilómetros para lavar la ropa. No sabía montar en bicicleta, por lo que Bin la llevaba en el portaequipajes de la suya hasta el arroyo Azul, pero los fines de semana de aquel mes trabajaba en la Fábrica de Fertilizantes Agosto y no podía ayudarla. Ojalá, se decía, vivieran en el llamado Parque de los Trabajadores, el recinto de viviendas de la fábrica, que se hallaba a unos pocos centenares de pasos del arroyo. Últimamente, Meilan le rezaba a Buda cada noche, y le rogaba que ayudara a la familia para que encontraran pronto un piso en el parque.
—No te preocupes —le dijo Bin el miércoles por la tarde—. Esta vez conseguiremos uno.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Nos lo tienen que dar. Soy más veterano que otros.
—Eso no es ninguna garantía.
En efecto, Bin llevaba seis años trabajando en la fábrica y, de acuerdo con el principio de la necesidad y la antigüedad en el puesto, esta vez parecía que los Shao tendrían un piso nuevo, pero Meilan no se sentía optimista.
—Si yo estuviera en tu lugar —le dijo—, les daría al secretario Liu y al director Ma dos botellas de Savia de Grano a cada uno. Tengo entendido que mucha gente los ha visitado por la noche. No deberías limitarte a esperar sentado.
—Ni hablar, no voy a gastar un solo fen en ellos.
—Mira que llegas a ser tozudo —susurró la mujer.
Bin era un hombre de baja estatura. Había sido robusto y gozado de buena salud, pero en los últimos años había perdido tanto peso que la gente le llamaba «Saco de huesos» a sus espaldas. A pesar de su físico, tenía talento y era arrogante. Leía más que cualquier otro trabajador de la fábrica, y conocía muchos relatos antiguos e incluso las aventuras de Sherlock Holmes. Además tenía una bonita caligrafía, y por ése el motivo algunas trabajadoras comentaban: «Si ese hombre tuviese tan buen aspecto como sus preciosos ideogramas…» Cinco años atrás, cuando se comprometió con Meilan, la gente, sorprendida, dijo: «Desde luego, una belleza se enamora de un hombre instruido». Aunque Meilan no era hermosa ni Bin un auténtico erudito, en comparación ella le superaba, pues tenía varios pretendientes.
Desde que contrajeron matrimonio, ocupaban una sola habitación en una residencia, propiedad de la unidad de trabajo de Meilan, los Almacenes del Pueblo, que estaba en la Vía de los Ancestros. Ahora tenía un vivaracha chiquitina de dos años, a la que apenas le bastaba el espacio de la habitación, un cubo de poco más de tres metros y medio de lado. Además, Bin era pintor y calígrafo aficionado, aunque oficialmente ejercía de mecánico ajustador. Como artista, necesitaba espacio, y lo ideal hubiera sido que dispusiera de una habitación propia, donde pudiera cultivar y practicar su arte, pero eso se había revelado imposible. Cada noche permanecía levantado hasta altas horas, con el pincel en la mano y la lámpara encendida, perturbando así el sueño de la mujer y la niña. Y, además, la habitación estaba siempre saturada de olor a tinta. A menudo, en pleno invierno, Meilan se veía obligada abrir las ventanas, pero Bin no tenía otra manera de realizar sus obras caligráfico y pictóricas. ¡Cuánto anhelaban los Shao una vivienda digna!
Bin llevaba varios días tratando de averiguar en vano si su nombre figuraba o no en la lista que estaba en poder del Comité de la Vivienda
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