El camino a casa
El camino a casa. Wo de fu qin mu qin
Zhang Yimou
China 1999
DURACIÓN
89 min.
GUIÓN Shi Bao (Novela: Shi Bao)
MÚSICA Bao San
FOTOGRAFÍA Yong Hou
REPARTO Zhang Ziyi, Honglei Sun, Hao Zheng, Yuelin Zhao, Bin Li, Guifa Chang, Wencheng Sung, Qi Liu
GÉNERO Romance. Drama | Drama romántico. Vida rural
CRÍTICA por Mateo Sancho Cardiel
La sutileza de un gran maestro.
Hay ocasiones, sobre todo en los Oscar, en las que se otorga el premio al mejor director como comparsa del de mejor película. Sin embargo, he aquí una ferviente muestra de lo que es un premio, el Oso de Plata, bien merecido para un director que apabulla a lo largo de toda su película con su extraordinario talento en sus labores tras la cámara.
Zhang Yimou es el alma de esta película. Partiendo de un guión interesante pero algo convencional, el director aporta toda su sabiduría para dotar a cada escena de una belleza, de un lirismo, de una sutileza, de un sentimiento implícito, que convierte esa historia de amor en una frágil estatua de cristal que se puede romper a la mínima brusquedad.
Es increíble cómo hay escenas que, gracias al tacto del director oriental, se hacen magníficamente expresivas cuando podrían haber caído en el más absoluto folletín, en el ridículo, en la cursilería y la exageración de los mismísimos culebrones venezolanos. Es una historia de amor juvenil, llena de matices, de buenas intenciones. Cómo hacer un arte de la ilusión, cómo hacer de un detalle un mundo entero de fantasía, el motivo para mantener la felicidad de varias horas.
Todo ese flirteo casi infantil queda reflejado con una ternura extrema en Camino a Casa, una preciosa película de ritmo lento, pero firme y sensual. Una obra de arte que nos demuestra cuán elocuentes pueden llegar a ser los silencios en el cine.
Yimou utiliza el flashback de manera muy original. En lugar de utilizar el color para el presente y el blanco y negro para el pasado, invierte la situación. El presente, dominado por la cercanía de la muerte, es lo átono, lo deprimente. Pero todos esos recuerdos llenos de pasión, de felicidad, están cargados de luz y de color. ¡Y vaya empleo de estos dos elementos! Esto es cine como arte: la perfecta combinación de la fotografía, la plena significación de los colores vivos, la iluminación del Sol a lo largo de todas las estaciones y cómo el amor y el estado anímico influyen en todo lo anterior.
Una verdadera maravilla visual que cuenta además con unos espléndidos exteriores, que no están para nada desligados de la historia. Es por eso que la parte en color es la que realmente encandila al espectador, y, en la última parte, el retorno al presente, se pierde un poco esa extraordinaria calidad, aunque sigue siendo una buena muestra de cine. Las interpretaciones son también muy buenas. Sin ellas, posiblemente tampoco se habría podido expresar esa relación basada en las miradas, en las sonrisas y en la trémula presencia. Porque la timidez es el símbolo de la inocencia en el amor, y aquí es explotada como el colmo del romanticismo.
En definitiva, es ésta una preciosidad de película, que, aunque quizá es demasiado pronto para decirlo, permanecerá en la memoria del espectador como uno de esos filmes encantadores, uno de esos recuerdos dulcísimos que justifican el cine como parte inapelablemente ligada a nuestra propia vida.
Zhang Yimou
China 1999
DURACIÓN
89 min.
GUIÓN Shi Bao (Novela: Shi Bao)
MÚSICA Bao San
FOTOGRAFÍA Yong Hou
REPARTO Zhang Ziyi, Honglei Sun, Hao Zheng, Yuelin Zhao, Bin Li, Guifa Chang, Wencheng Sung, Qi Liu
GÉNERO Romance. Drama | Drama romántico. Vida rural
CRÍTICA por Mateo Sancho Cardiel
La sutileza de un gran maestro.
Hay ocasiones, sobre todo en los Oscar, en las que se otorga el premio al mejor director como comparsa del de mejor película. Sin embargo, he aquí una ferviente muestra de lo que es un premio, el Oso de Plata, bien merecido para un director que apabulla a lo largo de toda su película con su extraordinario talento en sus labores tras la cámara.
Zhang Yimou es el alma de esta película. Partiendo de un guión interesante pero algo convencional, el director aporta toda su sabiduría para dotar a cada escena de una belleza, de un lirismo, de una sutileza, de un sentimiento implícito, que convierte esa historia de amor en una frágil estatua de cristal que se puede romper a la mínima brusquedad.
Es increíble cómo hay escenas que, gracias al tacto del director oriental, se hacen magníficamente expresivas cuando podrían haber caído en el más absoluto folletín, en el ridículo, en la cursilería y la exageración de los mismísimos culebrones venezolanos. Es una historia de amor juvenil, llena de matices, de buenas intenciones. Cómo hacer un arte de la ilusión, cómo hacer de un detalle un mundo entero de fantasía, el motivo para mantener la felicidad de varias horas.
Todo ese flirteo casi infantil queda reflejado con una ternura extrema en Camino a Casa, una preciosa película de ritmo lento, pero firme y sensual. Una obra de arte que nos demuestra cuán elocuentes pueden llegar a ser los silencios en el cine.
Yimou utiliza el flashback de manera muy original. En lugar de utilizar el color para el presente y el blanco y negro para el pasado, invierte la situación. El presente, dominado por la cercanía de la muerte, es lo átono, lo deprimente. Pero todos esos recuerdos llenos de pasión, de felicidad, están cargados de luz y de color. ¡Y vaya empleo de estos dos elementos! Esto es cine como arte: la perfecta combinación de la fotografía, la plena significación de los colores vivos, la iluminación del Sol a lo largo de todas las estaciones y cómo el amor y el estado anímico influyen en todo lo anterior.
Una verdadera maravilla visual que cuenta además con unos espléndidos exteriores, que no están para nada desligados de la historia. Es por eso que la parte en color es la que realmente encandila al espectador, y, en la última parte, el retorno al presente, se pierde un poco esa extraordinaria calidad, aunque sigue siendo una buena muestra de cine. Las interpretaciones son también muy buenas. Sin ellas, posiblemente tampoco se habría podido expresar esa relación basada en las miradas, en las sonrisas y en la trémula presencia. Porque la timidez es el símbolo de la inocencia en el amor, y aquí es explotada como el colmo del romanticismo.
En definitiva, es ésta una preciosidad de película, que, aunque quizá es demasiado pronto para decirlo, permanecerá en la memoria del espectador como uno de esos filmes encantadores, uno de esos recuerdos dulcísimos que justifican el cine como parte inapelablemente ligada a nuestra propia vida.
Me habían dicho que es preciosa, que es poesía... pero me he dormido un ratito mientras la veía.
Vale, está bien, quizá sea demasiado lenta o a lo mejor es que no tenía el día :)